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Díaz Olguín, R. (2020). La emoción en una formulación constructivista. Círculo de Psicoterapia Cognitiva Constructivista, 1-23. Disponible en: http://www.cipra.cl/documentos/LaEmocionEnLaFormulacionConstructivista-RodrigoDiazOlguin.pdf
La emoción no es una reacción. La emoción disfórica puede ser comprendida como una cualidad de la experiencia en curso orientada a mantener o restituir el logro de una meta de viabilidad individual, interpersonal o grupal/social. La importancia de esta cualidad experiencial lleva a algunos autores a conceptualizar a la humana como un tipo de experiencia de dominio emocional, constituyendo la base para el sentido de unicidad personal y continuidad histórica que nos define (Guidano, 1994).
En psicoterapia, la descripción y caracterización de la cualidad emocional está vinculada con la formulación de caso. La formulación de caso clínico es un diagrama de organización especialmente útil en la formación de psicoterapeutas, en la discusión clínica de casos y comunicación de aspectos críticos y en la investigación en psicoterapia (Quiñones, 2008, 2011; Sturmey, 2009; Tarrier, 2006; Eells, 2007).
Discutir algunas consideraciones de la formulación de caso clínico, en torno a cómo se define emoción, los criterios de observación, etc., en una formulación constructivista, puede ser de utilidad. En el presente trabajo, utilizaremos una formulación constructivista conceptual – integrativa. Esta es una comprensión constructivista caracterizada por (Díaz Olguín, 2016, 2018):
- Considerar la noción de concepto, la unidad básica de conocimiento en la relación sujeto-objeto. Implica concebir la percepción como una acción, activa, de aplicación de conceptos.
- La selección de estos conceptos en función del logro de metas de viabilidad individual, interpersonal y grupal/social. Implica concebir la organización de los conceptos, su selección y primacía, en torno a la consecución de metas de viabilidad.
- La referencialidad de estos conceptos a tres instancias —alteridad, autoimagen y corporalidad/mundo. Esta integración, que sigue reglas de consistencia y coherencia y flexibilidad, adquiere una forma “narrativa”, dado que la integración a esas instancias son análogas a las que definen la narrativa literaria.
- Proveer heurísticos específicos de evaluación e intervención, de tipo descriptivo-inductivo y de tipo inferencial-deductivo. Los primeros incluyen la definición de criterios específicos de caracterización —demarcación, valoración, control y comprensión—, en lo que denominamos “análisis gnoseológico” de los cambios en las aplicaciones conceptuales. Los segundos incluyen la caracterización de la integración narrativa, arreglos referenciales cruzados y el análisis de la relación terapéutica..
En este enfoque una emoción no se define como una reacción ante estímulos externos. Como los conceptos son determinados por el logro de metas de viabilidad, la organización conceptual previa a una discrepancia determina la naturaleza de la amenaza. Dicho de otra manera, es la persona la que construye —a través de sus predicciones activas— qué es un estímulo y qué es una amenaza para la consecución de las metas de viabilidad que esté orientada a cumplir.

Por ejemplo, una persona puede construir el imaginario de un vaso de cerveza como algo apetecible, significándolo como diversión, aceptación de pares y relajación física —metas de viabilidad individual e interpersonal—. Luego de salir a beber, quizá la meta de viabilidad que se debe mantener se relaciona con la aprobación de la pareja o con resolver algún conflicto con esa persona. Al cambiar las metas de viabilidad que están tratando de ser alcanzadas, el campo conceptual cambia, los conceptos centrales ahora son distintos. En este escenario, la experiencia cobra una mayor cualidad emocional en la medida que las metas de viabilidad no se puedan alcanzar, o su logro se vea obstaculizado o ralentizado. Cada eslabón en la cadena de procesos involucrada en la experiencia emocional es, desde nuestra perspectiva, una acción, no una reacción pasiva. Y, esta perspectiva, cada proceso de construcción emocional puede estudiarse mejor como un “caso único”
Este un enfoque particularmente cercano al marco de inferencia activa —Karl Friston, Lisa Feldman Barrett, Anil Seth, entre otros autores— y a modelos constructivistas como el de George Kelly.
Formulación constructivista y emoción: consideraciones generales
En una formulación constructivista del problema terapéutico, la primera consideración guarda relación con el dominio emocional de la experiencia en curso. De acuerdo a esta perspectiva, la emoción no es un epifenómeno ni un síntoma a corregir, independiente de la forma de expresión o vivencia, sino que es una cualidad de la experiencia directamente relacionada con la viabilidad individual, interpersonal o grupal/social, y que organiza procesos de ajuste que permiten al individuo y a los grupos humanos seguir vivos, aceptados y protegidos. En otras palabras, más allá de su forma de expresión, la cualidad emocional disfórica involucrada en el problema terapéutico no se considera «enferma», sino que es considerada como una modalidad de articulación, presumiblemente la mejor que la persona puede expresar en la actual circunstancia, que apunta a cambios en conceptos (en la denominación que utilizan O.J. Harvey o Lisa Feldman Barrett) centrales para esa persona. Metodológicamente hablando, esto supone que el foco principal dentro de este enfoque no es desactivar el proceso emocional, ya sea a través de ejercicios de respiración, de cambio atencional, uso de drogas, etc., sino comprender de manera apropiada cuáles son estos conceptos centrales y proponer alternativas de construcción salvaguardando el sentido primario de centralidad que en esta lógica tenía el problema terapéutico.
En segundo lugar, al igual como ocurre en otros modelos constructivistas (Botella, 1993), resulta evidente que las consideraciones clásicas de cognición, emoción y conación como formas de conocimiento separadas, independientes, y la nomenclatura de las emociones como formatos de experiencia discretos, no se sostienen en esta perspectiva de trabajo terapéutico, sino que se considera que la emoción como un proceso constructivo inseparable de otros, como la atención o el aprendizaje, con distintos marcos temporales. Esto se diferencia radicalmente de las miradas clásicas de la emoción, que la plantean como una facultad mental independiente de otras, como la memoria, atención, etc. (Gross y Barrett, 2011; Barrett, 2006, 2017). Además, esta tendencia a considerar la emoción como epifenómeno discreto, puede implicar la creación de hipótesis que pueden resultar inconvenientes. Por ejemplo, considerar que una categoría de experiencia discreta puede explicar a otra, dado su rol causal: “estas creencias sobre las relaciones de pareja son las que provocan su nivel de ansiedad”, “el miedo a perder a tu pareja es lo genera que pienses en un accidente en motocicleta”, etc. La metodología implícita que deviene este tipo de consideraciones implica suspender, anular o modificar uno de los segmentos de la línea causal hipotética. Otro ejemplo sería considerar que una categoría de experiencia discreta no es accesible a la otra: “el paciente se muestra inquieto y aumenta su ingesta de comida en la tarde, pero no logra ‘conectar’ esa conducta con una emoción”, “el paciente no logra darse cuenta de sus sentimientos reales respecto a su pareja”, etc. Este tipo de hipótesis supone que la emoción es un proceso de curso independiente, muchas veces considerado como de carácter más “original” o “prístino”, que encierra información que debe ser develada por “otra parte” o funciones de la persona.
En tercer lugar, como se verá más adelante, nuestra definición de emoción implica una construcción de segundo orden: una discrepancia en las aplicaciones conceptuales debe contextualizarse, integrarse narrativamente, para otorgarles su cualidad emocional. En otras palabras, un sentimiento “trata sobre algo”, no es algo en sí mismo, contenido en sí mismo —primer orden—. Esta integración narrativa involucra, desde nuestra perspectiva, variados procesos, como atención, construcción de recuerdos, utilización de cambios de afecto corporal, entre muchos otros. En nuestro enfoque, enfatizaremos que además deben considerarse metas de viabilidad, al momento de comprender las emociones. Es decir, entenderemos las emociones como aspectos que indican violaciones novedosas respecto al logro, consecución o mantenimiento de metas de viabilidad.
Para enmarcar esta definición de emoción, conviene comentar brevemente el marco de inferencia activa en el que se inserta, y luego precisar los aspectos distintivos que la definición adopta en nuestra comprensión terapéutica
Inferencia activa y emoción
La inferencia activa emerge directamente del principio de energía libre, una teoría fundamental que postula que los cambios en los estados cerebrales, como la actividad sináptica, buscan minimizar la energía libre variacional. Esta energía libre refleja el grado de sorpresa –incertidumbre— que experimentamos ante los resultados observados, en comparación con las predicciones de nuestro modelo interno o generativo del mundo (Friston, 2010). Tres teorías de emoción son las dominantes dentro del marco de la inferencia activa:
- La perspectiva fenomenológica: emociones como trayectorias de energía libre. La primera propuesta es de naturaleza fenomenológica y asocia diversas emociones con las trayectorias de la energía libre (o sorpresa) a lo largo del tiempo (Joffily y Coricelli, 2013). La valencia afectiva positiva corresponde a una disminución de la energía libre o a la resolución de la sorpresa, mientras que la valencia negativa equivale a un aumento de la energía libre. Esta perspectiva ofrece una taxonomía formal de la emoción que es matizada en términos de energía libre y sus derivadas temporales de orden superior
- La inferencia interoceptiva y el sentido del sí mismo. La segunda perspectiva se basa en la inferencia interoceptiva (Seth, 2013), que se refiere a la inferencia activa sobre señales internas del cuerpo —por ejemplo, las «sensaciones viscerales»—. Existe una creciente literatura que destaca el papel de la inferencia interoceptiva en la fundamentación de nuestro sentido del yo, la conciencia y la experiencia emocional (Seth, Suzuki, et al., 2011; Seth, 2013; Seth, 2014), así como en la psicopatología (Paulus y Stein, 2006; Pellicano y Burr, 2012; Adams, Stephan, et al., 2013; Lawson, Rees, et al., 2014; Skewes, Jegindo, et al., 2015; Van de Cruys, Evers, et al., 2014). En esencia, las expectativas que generan predicciones sobre nuestro cuerpo —y controlan los reflejos autónomos— representan, en un nivel jerárquico suficientemente alto, una fusión de información interoceptiva, exteroceptiva y propioceptiva. Las expectativas de alto nivel —conceptuales— proporcionan predicciones descendentes en las tres modalidades e implícitamente contextualizan cada una en términos de las otras. La inferencia activa en este nivel es, literalmente, una inferencia sobre el yo encarnado. Esta visión enfatiza el control predictivo —a diferencia de simplemente descubrir las causas ocultas de las entradas sensoriales— al servicio de la homeostasis y alostasis de cantidades fisiológicamente importantes (Seth, 2015), lo que a menudo implica comportamiento afiliativo y teoría de la mente (Hohwy, 2013).
- La Teoría de la Emoción Construida, de Lisa Feldman Barrett. La naturaleza multimodal de las expectativas de alto nivel hace que un enfoque de inferencia activa hacia la emoción sea particularmente congruente con las teorías constructivistas (Barrett, 2013; Barrett y Satpute, 2013; Barrett, 2014; Quigley y Barrett, 2014). Según esta teoría, la inferencia activa da significado a las sensaciones del cuerpo y del mundo exterior —que se originan en procesos de inferencia activa—. En consecuencia, el cerebro construye una instancia de emoción utilizando el conocimiento de experiencias pasadas organizado como conceptos. La construcción de cada instancia de emoción puede entenderse dentro de la arquitectura funcional del cerebro para generar predicciones situadas (Gross y Barrett, 2011; Barrett y Russell, 2015; Barrett, 2017). A diferencia de las aproximaciones clásicas sobre emoción, los datos apuntan a que las emociones, pensamientos, memorias y percepciones son estados mentales construidos sobre dominios más generales de procesos psicológicos que son continuos y constantes (Barrett y Satpute, 2013; Lindquist y cols., 2006; Gonsalves y Cohen, 2010; Duncan y Barrett, 2007; Lindquist y cols. 2012; Kuppens y cols, 2017; Colibazzi y cols. 2010; Kuppens y cols. 2013; Barrett, 2017). De acuerdo a la evidencia, las personas construimos significado articulando actividad cerebral relacionada con tres dominios (Barrett, 2017):
– Anticipaciones interoceptivas básicas del cuerpo –afecto y «presupuesto corporal»–
– Anticipaciones de información respecto a claves del contexto específico
– Anticipaciones basadas en la experiencia previa –historia personal–.
Estos dominios básicos se combinarán en diferentes patrones para generar contenido mental específico, «casos emocionales», una construcción única de una experiencia de alta cualidad emocional. De acuerdo a la Teoría de la Emoción Construida, de Lisa Feldman Barrett, cualquiera sea el concepto aplicado en algún momento dado, es significado utilizando las otras dos fuentes de conceptos (Barrett, 2009), fuentes que estarían presentes al mismo tiempo y de forma continua (Barrett, 2009, 2011; Barrett y Satpute, 2013; Lindquist y Barrett, 2012; Fox y Friston, 2012).
Como se desarrollará en los apartados siguientes, la definición de emoción y la forma que adquiere en una comprensión constructivista de tipo conceptual – integrativo, se inserta el marco de inferencia activa, conectando particularmente con la teoría de Feldman Barrett (2017).
La emoción como amenaza, movimiento y restauración
En nuestra formulación la noción de emoción apunta a su etimología más básica —del latín et movere, agitación, movimiento— , aunque no en el sentido de una apreciación externa respecto al comportamiento de una persona, sino que indicando la observación de que conceptos centrales están siendo movilizados de una manera discrepante con las anticipaciones desplegadas en un momento específico.
Esta es una conceptualización similar a la planteada por Kelly (1955, 1969; Bannister y Fransella, 1986; Chiari, 2013), elaborada por él en términos de transiciones relacionadas con la validación o invalidación de la aplicación de constructos en el «ciclo de la experiencia», que permiten definir seis grandes formatos de constructos, etiquetados como emocionales (1955, pp. 486-514): la conciencia de un inminente cambio integral en las estructuras centrales —amenaza—, la conciencia de un inminente cambio incidental en las estructuras centrales —miedo—, el reconocimiento de que los eventos con los que uno se enfrenta se encuentran fuera el rango de conveniencia del sistema de construcción —ansiedad—, la percepción de un aparente pérdida comparativa respecto la estructura de roles centrales —culpa—, la elaboración activa del campo perceptual —agresión— y el esfuerzo continuo de forzar evidencia a favor de un tipo de predicción social que ya ha demostrado ser un fracaso —hostilidad—. Esta perspectiva que fue ampliada por McCoy (1977) al incluir las nociones de centralidad y periferia en puntos distintos del ciclo de la experiencia propuesto por Kelly (aumentando a 17 las categorías originales).
En el sentido de comprender la emoción en términos de anticipación y discrepancia, la formulación propuesta también es cercana a los planteamientos de George Mandler respecto a la experiencia de alta cualidad emocional (Mandler, 1975; Kessen, Ortony y Craik, 1991).
En nuestro enfoque, la noción de emoción puede ser estudiada en términos de organización conceptual e integración narrativa. Las premisas son las siguientes:
- Se requiere de una discrepancia en la aplicación de conceptos. Es decir, la persona aplica conceptos que son refutados, las predicciones no logran la confirmación del concepto aplicado.
- La discrepancia debe suponer una amenaza. En nuestro enfoque, esto se define como una discrepancia central, es decir, debe implicar una ralentización o interferencia con el logro de una meta de viabilidad individual, interpersonal o grupal/social.
- El campo global de la organización conceptual, en determinado momento, determina qué es aquello central y qué es aquello periférico
- La amenaza, es decir, la ralentización o interferencia con el logro de una meta de viabilidad, supone un cambio en la organización conceptual: pueden ocurrir cambios demarcatorios, de valoración –definición de lo central y periférico del campo conceptual–, de asignación de control, cambios de comprensión —articulación, apertura, directividad y abstracción—. Estos cambios son denominados cambios de estrés-amenaza
- A medida que la amenaza continúe interfiriéndose, es esperable que los cambios de estrés se acentúen.
- La satisfacción de la meta de viabilidad supone una reducción del estrés. Esto implica una reducción de la cualidad emotiva de la experiencia. Existen dos formas de lograr esto: (a) modificar las acciones/percepción, es decir, las formas de aplicar los conceptos, y (b) modificar la organización conceptual previa, es decir, los modelos predictivos y las metas en sí mismas.
En una viñeta clínica, Elizabeth es una joven de 22 años, que se desempeña como programadora en una empresa de informática. Luego de un incidente con su supervisora, experimenta taquicardia, alteraciones del sueño y cambios en el apetito. Un extracto de la conversación con su terapeuta permite graficar lo que denominamos movimiento:
- Psicóloga: Entiendo que te sintieras molesta con lo que ella te dijo. Cuéntame, esto que te dijo, de que eras floja, ¿qué imágenes trajo a tu mente en ese momento?
- Me dio rabia, porque pueden decir lo que quiera de mí, pero no que soy floja. Trabajo a montones, me quedo más tiempo que mis colegas en el trabajo. Justo en ese momento en que un cliente fue al baño y yo aproveché de ver mi correo, apareció mi supervisora y bromeó con eso…
- Psicóloga: ¿Y qué imagen trajo a tu mente eso?
- Yo imaginé que ella pensó “miren, y por estar viendo su correo le pagamos tanto”
- Psicóloga: Y la imagen que tu supervisora tenía en su mente en esa imaginación sería de…
- No es muy lógico, pero me imaginé a una mujer pintándose las uñas en el escritorio. Es algo exagerado, lo sé. Por otro lado, mi supervisora me evalúa muy bien cuando le toca hacer mi informe mensual, ¿estoy muy paranoica?
- Psicóloga: Me interesa que me cuentes algo. La velocidad. ¿Con qué velocidad tu propia imagen de “ser eficiente a la luz de los ojos del resto” pasó a “pintarse las uñas en el escritorio de trabajo”?
- Demasiado rápido, no creo que hayan sido más de dos o tres segundos, fue al paso
- Psicóloga: La imagen de ti misma en ese lugar de trabajo es susceptible a lo que imaginas que el resto piensa de tu desempeño
- Sí, demasiado, es algo que no puedo controlar. Me pone muy nerviosa eso
En el ejemplo, es posible observar que Elizabeth construye durante el escenario laboral una serie de anticipaciones claras y que incluyen comportamientos específicos, como quedarse trabajando hasta más tarde que sus compañeros, expectativas de rendimiento y de ser vista por otros de determinada manera, ciertos sentimientos relacionados con la evaluación anticipada, etc. Estas anticipaciones son «puestas a prueba», desafiadas en una situación con su supervisora, mostrando Elizabeth ciertas dificultades para articular la experiencia, aplicar conceptos que permitan reducir la discrepancia y lograr cambiar o modular el sentido de la experiencia particular. Como resultado, la experiencia implicada está adquiriendo una cualidad emocional más acentuada.
Aplicando las premisas centrales del enfoque conceptual – integrativo al caso de Elizabeth, tenemos:
- Elizabeth opera con conceptos centrales de sí misma como «eficiente» y «trabajadora» en su rol de programadora, validado por su esfuerzo («trabajo a montones, me quedo más tiempo») y las evaluaciones positivas de su supervisora. Este concepto le permite predecir y entender su desempeño y el reconocimiento que espera de otros.
- La discrepancia surge cuando la broma de su supervisora refuta directamente su concepto de «no ser floja». La predicción de que su esfuerzo sería consistentemente reconocido no se confirma, y en su lugar, ella infiere que su supervisora la ve de una manera que choca con su auto-concepto.
- Esta discrepancia rápidamente se convierte en una amenaza central. Para Elizabeth, la imagen de «ser eficiente a la luz de los ojos del resto» es fundamental para su meta de viabilidad individual —autoimagen, validación profesional— e interpersonal/social —su rol y estatus dentro de la empresa—. La idea de ser percibida como «floja» o «ineficiente» no es periférica; toca el núcleo de su identidad profesional y su sentido de valía.
- La amenaza desencadena un cambio de estrés-amenaza en su organización conceptual:
- Cambios de demarcación: su imagen de sí misma («ser eficiente a la luz de los ojos del resto») se transforma abruptamente en la imagen exagerada de «una mujer pintándose las uñas en el escritorio».
- Cambio de valoración – definición de lo central y periférico: La percepción de lo que es «central» se desplaza. De repente, un comentario se vuelve central en su auto-percepción, opacando su historial de arduo trabajo.
- Cambios en la asignación de control, donde su pensamiento se vuelve rumiante y se enfoca en una imagen particular de sí misma.
- Cambios en el sentido de comprensión: La velocidad de este cambio es notable para Elizabeth («demasiado rápido, no creo que hayan sido más de dos o tres segundos, fue al paso»), lo que indica la intensidad de la amenaza y la rapidez con la que su sistema conceptual intenta reajustarse. Algunos de los cambios no logran un sentido de auto – reconocimiento claro —»No es muy lógico, pero me imaginé… ¿estoy muy paranoica?» y «Es algo que no puedo controlar. Me pone muy nerviosa eso»—.
La psicóloga buscará ayudar a Elizabeth a reducir el estrés. Como planteamos antes, esto se puede lograr de dos maneras:
Modificar las acciones/percepción (formas de aplicar los conceptos): La psicóloga, al preguntar sobre la velocidad del cambio de imagen, está invitando a Elizabeth a observar su propia percepción, la aplicación de sus conceptos. Esto podría llevarla a reinterpretar la broma de la supervisora o a ajustar cómo evalúa las interacciones sociales para que no refuten tan fácilmente su concepto de eficiencia.
Modificar la organización conceptual previa (modelos predictivos y metas): El objetivo terapéutico sería ayudarla a construir un modelo más robusto de su auto-concepto que no sea tan vulnerable a las interpretaciones externas y a reevaluar si su meta de viabilidad («ser eficiente a la luz de los ojos del resto») es demasiado rígida o dependiente de la validación externa. Esto implicaría un cambio en sus metas de viabilidad hacia una auto-validación diferente.
Caracterización gnoseológica
Usaremos el ejemplo de Elizabeth para precisar los aspectos del análisis gnoseológico, el estudio de la mayor validez de contenido respecto al cómo son aplicados los conceptos involucrados en el problema terapéutico. Los criterios en los que nos centraremos para el análisis gnoseológico en la formulación de caso son:
- Demarcación: cambios en la frecuencia en la aplicación de conceptos. Los cambios pueden ser agregativos, de aumento respecto a un momento previo, lo que es denominado “demarcación sobre inclusiva, agregativa”, o pueden ser sustractivos, de disminución respecto a un momento previo, lo que es denominado “demarcación sustractiva, sub-inclusiva”.
- Valoración: cambios en la centralidad o periferia de los conceptos, entendiéndose que el campo puede ser variable y que la centralidad de estos cambios está dada por la consecución de metas de viabilidad.
- Control: cambios en la asignación de control en los conceptos aplicados. Por ejemplo, la experiencia rumiativa puede ser vivenciada con una baja asignación de control, o una fantasía puede suponer una alta asignación de control.
- Comprensión: cambios respecto al grado de articulación, apertura, directividad y abstracción de los conceptos aplicados.
La emoción y los cambios de demarcación en los conceptos
La utilización de conceptos referidos a corporalidad / mundo —el cuerpo y su afecto básico, el mundo y las claves de la situación específica—, autoimagen —conceptos referidos a quién soy yo como personaje, en una historia específica, subjetiva y actualizada— y alteridad —quién es el otro significativo—, no significa que el grado de distinciones sea estable o equivalente en cada caso emocional. Por el contrario, en cada caso la cantidad de distinciones varían, en ocasiones de forma agregativa y otras de forma restrictiva. Entonces el clínico puede registrar al evaluar la experiencia de alta cualidad emocional cómo varían las demarcaciones referidas en cada instancia de referencia. Por ejemplo, una persona puede haber realizado grandes imaginerías, variadas, al momento de experimentar una sensación física de inquietud y taquicardia —demarcación agregativa— al mismo tiempo que olvida que en otras ocasiones estas molestias han sido transitorias —demarcación sustractiva—-. Otro ejemplo es el de aquella persona que entra a un casino y olvida que el dinero que tenía era para pagar la colegiatura de su hijo —demarcación sustractiva en la referencia a la alteridad/hijo— al mismo tiempo que hace demarcaciones agregativas respecto a imaginerías en donde gana las apuestas, recupera el dinero y es recibido de forma triunfante por sus familiares. El registro de estos cambios de demarcación permiten al clínico hipotetizar más adelante en la formulación de caso, alguna dificultad específica de integración.
En la viñeta de Elizabeth, el terapeuta y la paciente pueden registrar un cambio de demarcación agregativa, en términos de la forma de articulación del comentario de la supervisora, y subinclusiva o restrictiva respecto a los propios dominios de ejecución laboral en autonomía.
La emoción y los cambios de centralidad – periferia en la aplicación de conceptos
Para cada aplicación conceptual, existe una organización conceptual previa. Es decir, los conceptos aplicados no surgen “de la nada”, sino que son parte de un ciclo de aplicaciones iterativas en donde conceptos previos son utilizados para ser aplicados. Respecto a estos conceptos “previos”, no están disponibles en un arreglo azaroso, sino que están organizados de forma valorativa. En nuestro enfoque, los atractores valorativos, para esta organización, son:
a. La bipolaridad de los conceptos. Cada distinción supone la separación de algo y su opuesto (Kelly, 1955; Harvey, Hunt y Schroder, 1961). Esta es la naturaleza básica del campo organizacional. Cada concepto implica dos polos, respecto a los cuales se puede establecer un sentido o dirección, de manera tal que el terapeuta y el paciente pueden establecer cuál es la direccionalidad negativa —aquello que es evitado— y cuál es la direccionalidad positiva —aquello que es aproximado, acercado, dirigido—. Este sentido de valencia es relativo al campo organizacional, y no guarda relación necesariamente con dimensiones como placer – displacer. No es infrecuente entonces que conceptos desagradables, tristes, aquellos que implican sufrimiento, tengan para el paciente un sentido de aproximación.
b. La centralidad o periferia de un concepto respecto del campo de conceptos. Esta posición está dada por la relación entre un concepto o grupo de conceptos y la meta de viabilidad que está intentando ser alcanzada a través de su aplicación. Los cambios de centralidad-periferia son evaluados gnoseológicamente, implica atender a cambios respecto a qué conceptos están centralizándose, definiendo cuál es la meta de viabilidad a la que responden. El terapeuta y el paciente identificarán cuáles conceptos son centrales —su modificación implica sufrimiento, costo, dificultad– y cuáles son puestos de forma periférica –-su modificación es fácil, los conceptos se muestran prescindibles—.
Para Elizabeth, los conceptos centrales en torno a su identidad profesional se organizan, dado el campo de valoración, de la siguiente manera:
- Polo + (aproximación): ser percibida como «eficiente», «trabajadora», «cumplidora», que «no es floja». Esta direccionalidad positiva es fundamental para su sentido de valía profesional y su viabilidad.
- Polo – (evitación): ser percibida como «ineficiente», «floja», «irresponsable», que «no se esfuerza». Esta direccionalidad negativa es la que genera la amenaza y el malestar.
El cambio de centralidad ocurre porque la broma es una refutación directa de su polo positivo central —»no soy floja»— y una confirmación del polo negativo que más evita —»soy percibida como floja»—. Modificar su autoconcepto de «eficiente» o su expectativa de ser valorada tiene un alto costo. Si la perciben como floja, su viabilidad profesional se ve comprometida —peligro de despido, falta de reconocimiento, autoimagen dañada—. Esto hace que el concepto «soy percibida como floja» se vuelva central, ya que su implicación directa es el riesgo de la pérdida de su valía y estatus laboral.
La emoción y los cambios en la asignación de control de los conceptos
Hemos planteado que la experiencia de alta cualidad emocional supone una discrepancia, la construcción de esta discrepancia como amenaza a las metas de viabilidad y el consecuente comportamiento de estrés. El terapeuta y el paciente, utilizando criterios de caracterización —criterios gnoseológicos— pueden registrar cambios durante el curso de estas experiencias. Entre estos criterios, está la asignación de control subjetivo.
La evidencia apunta a que la percepción de control está íntimamente relacionada con el bienestar personal. Una gran variedad de formas de expresión de la experiencia de alta cualidad emocional se pueden comprender como formas de alcanzar o retomar la percepción de control, como la agresión, sumisión, dominación, negociación y cooperación (Bandura, 1989; Fiske y Taylor, 2013; Lachman y Burack, 1993; Wong, 1992; Veglia y Di Fini, 2017)
Planteamos dos formas de estudiar gnoseológicamente a través del criterio de control. Una es el control/objeto, la asignación de control en la referencia denotativa del concepto. Y el otro es el control/sujeto, la asignación de control en la referencia connotativa del concepto
- Control/objeto. Alude a la forma en que la persona asigna control denotativo a la experiencia de alta cualidad emocional. El terapeuta podría utilizar, por ejemplo, el modelo propuesto por Fred Bryant (1989) y registrar si la asignación de control fluctúa entre alta y baja, y si la asignación de control se corresponde con la evitación, el afrontamiento, la ganancia o el «saboreo». En términos constructivistas esta asignación en la aplicación de conceptos no alude al control observado por otras personas, y tampoco al consenso social sobre aquello que es controlable o incontrolable, sino equivale de forma más adecuada a la asignación subjetiva de controlabilidad (Skinner y Wellborn, 1994). Por ejemplo, si el paciente y terapeuta observan que el consumo de alcohol perseguía disminuir la tristeza asociada a una pérdida, pero intensificó esos sentimientos, la incongruencia en la asignación de control será revisada en los parámetros del paciente a partir de su propia experiencia, no en la confrontación con estándares externos. Esto debe ser considerado también en ejemplos no tan sencillos, como podrían ser los rituales en una neurosis obsesiva, las conductas de reaseguramiento en la relación terapéutica en un paciente que no logre construir fácilmente un sentido seguridad relacional, etc. Por ejemplo, la rumiación en una experiencia ansiosa puede ser estudiada respecto a la asignación de control: ¿otorga un sentido de controlabilidad, de estar más preparado?, ¿se hace gradualmente la experiencia rumiativa en sí misma menos controlable?.
- Control/sujeto. Al mismo tiempo, la experiencia de alta cualidad emocional puede ser estudiada en términos de cambios de control, pero en términos del control connotativo, el control que supone la construcción de sujeto al momento de aplicar los conceptos. Esta distinción es útil, porque aunque cada criterio de estudio gnoseológico supone la consideración de su aspecto referencial connotativo —quién soy yo, qué dice de mí aquello a lo que estoy denotando—, y no solo su aspecto denotativo, por razones culturales es probable que particularmente en el estudio del control, el tipo control/objeto sea el más familiar para los terapeutas y pacientes. Por ejemplo, si un médico hace un “berrinche” porque la impresora no funcionó, podemos estudiar las predicciones y asignaciones de control respecto al objeto/impresora, pero además podemos estudiar las asignaciones respecto a la posición de control/sujeto: en qué posición relacional está situado ese médico respecto a los resultados informativos de sus anticipaciones, cómo lo define en su posición de observador la relación de control que está sosteniendo. En otras palabras, todas los cambios en la aplicación de conceptos y sus referencias, pueden estudiarse además en términos cualificar la relación de autonomía y dependencia (Harvey, Hunt y Schroder, 1961), ya sea en una relación con objetos materiales, inmateriales, otras personas, animales, etcétera. Las formas de asignación control/sujeto probablemente estarán relacionados con el grado de estructuración de esas relaciones. Por ejemplo, un niño podría experimentar un alto grado de satisfacción, orgullo o alegría al lograr un sentido de autonomía en una relación de alta estructuración, por ejemplo, controlar esfínteres o aprender a encender el televisor por sí mismo. Un adulto podría experimentar angustia al enamorarse, en la medida que esté construyendo subjetivamente la relación como “asfixiante”, de alta estructuración —aún cuando no haya ninguna limitante “objetiva” respecto a su libertad individual—.
En el caso de Elizabeth la relación control/objeto se refiere al grado de influencia o modificación de los “objetos” que se relacionan con el malestar. Por ejemplo, un «objeto» es la broma de la supervisora y la inferencia de ser percibida como «floja». Los cambios son ostensibles: inicialmente Elizabeth sentía un alto grado de control sobre su imagen laboral. Sus acciones —trabajo duro, eficiencia— se traducían directamente en el resultado deseado —reconocimiento positivo, ser vista como «no floja»—. La relación entre su esfuerzo —control— y la percepción de los demás —objeto— era predecible y positiva. Esto le daba una sensación de control efectivo sobre el objeto — su reputación profesional— . No obstante, después de la discrepancia la broma de la supervisora irrumpe, experimentando una pérdida significativa de control sobre el «objeto». La broma ya fue dicha, Elizabeth no puede deshacerla. Este evento específico se vuelve inmodificable, ella percibe una falta de control sobre el objeto «comentario». Más importante aún, siente que ha perdido el control sobre cómo la supervisora la percibe —el objeto «percepción del otro»—. A pesar de su historial de eficiencia, una sola broma parece haber alterado fundamentalmente cómo cree que es vista. Su modelo predictivo, donde el esfuerzo siempre era igual a reconocimiento, se rompe, y con ello, su sensación de control sobre el resultado. Esto genera una sensación de impotencia y ansiedad, ya que no puede «corregir» la supuesta percepción negativa..
En términos de los cambios de control/sujeto, Elizabeth se muestra acorralada. Al parecer, antes de la discrepancia sus pensamientos se alineaban con su autoconcepto positivo, y no experimentaba rumiación negativa relacionada con su eficiencia. Tras la broma, Elizabeth experimenta una marcada pérdida de control sobre el «sujeto» —ella misma y sus procesos internos—, su mente se obsesiona con la broma y sus implicaciones. La posición que adopta Elizabeth en relación con sus objetos de regulación es de no correspondencia – sometimiento. La experiencia emocional adquiere elementos de supeditación a lo esperado por otros, es una experiencia de imposición del error, más allá de cualquier estado particular del otro involucrado.
La emoción y los cambios de comprensión en la aplicación de conceptos
Por último, la cualidad emocional puede estudiarse a través del uso del criterio de comprensión. Este es un criterio gnoseológico “estilístico”, apunta a aspectos de la organización de los conceptos involucrados en la experiencia que está siendo estudiada. Podemos distinguir algunos sub aspectos de este mismo criterio:
a. Cambios respecto al grado de articulación que están mostrando los conceptos aplicados. La experiencia puede mostrar un alto grado de co-variación entre sistemas conceptuales o grupos de conceptos. O por el contrario, el clínico y el paciente pueden observar desarticulaciones, “splits” o fragmentaciones durante los cambios de discrepancia – amenaza – estrés.
b. Cambios respecto al grado de apertura o cierre que estén mostrando los conceptos. Durante la experiencia de discrepancia – amenaza – estrés, una experiencia de alta cualidad emocional, el terapeuta y el paciente podrían observar cómo la experiencia se “apertura” a la refutación, es decir, hay posibilidades de aplicar conceptos que refuten las anticipaciones, o por el contrario, podrían observar un gradual “cierre” o clausura a la refutación. En este último caso, probablemente la cualidad emotiva va a mostrarse intensificada, pueden aparecer fenómenos de histéresis o carga alostática si esto se mantiene demasiado tiempo. Una clausura implica que los conceptos son dispuestos de tal manera, que lo finalmente se busca es la confirmación de la amenaza. La falta de apertura a la refutación implica que la amenaza se muestra “real”, “evidente” —no relativa, no hay opciones o alternativas constructivas—.
c. Cambios respecto al grado de directividad de la organización conceptual. La directividad tiene que ver con la claridad con que una persona conecta distintos conceptos en términos del logro de una meta. Un alto grado de directividad implicaría que la persona puede fácilmente articular cómo una cosa lleva a la otra, cómo ciertos sentimientos están relacionados con eventos específicos, o cómo sus propias construcciones influyen en su experiencia, todo esto en función del logro de una meta en particular. Por el contrario, un bajo grado de directividad significa que la persona no logra establecer formas adecuadas para la consecución de una meta. Una buena metáfora para esto es aquella señal clara que poco a poco se convierte en ruido. Por ejemplo, un estudiante que intenta agregar más información a su tesis, con la buena intención de lograr la meta de aprobación, pero que poco a poco se siente más “abrumado” por no poder expresar claramente lo que desea.
c. Cambios respecto a la abstracción o concreción de los conceptos aplicados. La experiencia de alta cualidad emocional puede mostrar variaciones, cambios, respecto al nivel de concreción-abstracción de los conceptos aplicados. Los conceptos aplicados en su formato más concreto, implican una inmediatez aumentada —son rápidos y estrechamente relacionados con su aspecto fisiológico/sensorial—, pierden la distribución temporal —pierden la capacidad de ser distribuidos en términos de pasado, presente y futuro—, no pueden dar cuenta de estados respecto a sí mismo o de otras personas, tienen dificultades para sostener estados incompatibles o contradictorios al mismo tiempo, presentan dificultades para seleccionar y sintetizar aspectos de la experiencia, etcétera. En esta perspectiva, cambios de cualidad emocional, construidos con conceptos concretos, pueden ser caracterizados como taquicardia, cambios en la ingesta o deseo sexual, cambios en la vestimenta, etcétera.
Antes de la broma de su supervisora, Elizabeth mostraba un alto grado de articulación entre sus sistemas conceptuales. Sus conceptos sobre sí misma —»eficiente», «trabajadora»— estaban firmemente conectados con sus acciones —esfuerzo constante— y con las anticipaciones de reconocimiento y valía profesional. Había una co-variación clara entre su identidad, su conducta y la retroalimentación esperada del entorno laboral. Ella comprendía que su esfuerzo «se traducía» directamente en ser bien vista y valorada. Sin embargo, tras la broma —»mire, por estar revisando su correo le pagamos tanto”—, su sistema conceptual experimenta cambios hacia la desarticulación. El vínculo coherente entre «esfuerzo» y «reconocimiento/no ser floja» se rompe. Un comentario que debería ser periférico y no contradictorio con su historia de esfuerzo, de repente se desvincula de esa historia y se vuelve una entidad independiente y amenazante. Ya no puede integrar fluidamente «soy eficiente» con «mi supervisora bromea sobre mi pereza». Otros conceptos, como los relacionados con la evidencia previa de su eficiencia se desarticula de la «nueva realidad» construida.
En lugar de considerar la broma como un comentario aislado o una posible malinterpretación —apertura a la refutación—, ella tiende a clausurarse en la confirmación de la amenaza. La broma se convierte en la «prueba irrefutable» de que es percibida como «floja». Esto significa que sus conceptos se organizan de tal manera que lo que finalmente busca —o encuentra— es la validación de que la amenaza es «real», «evidente», unívoca y no una opción entre otras, una alternativa. La terapeuta puede evaluar junto a Elizabeth el grado de cierre, en términos de la dificultad para considerar otras interpretaciones del comentario. La falta de apertura intensifica la cualidad emocional negativa —ansiedad, rumiación— y la lleva a un estado de estrés prolongado, lo que podría generar fenómenos de histéresis o carga alostática si no se aborda.
Antes del evento, Elizabeth mostraba un alto grado de directividad en su organización conceptual respecto a su meta de viabilidad profesional. Tenía una comprensión clara de cómo sus acciones llevaban a sus sentimientos de valía y al logro de su meta. La broma introduce una drástica disminución en el grado de directividad, lo que antes era una señal clara —»mi esfuerzo me lleva al éxito»— se convierte en «ruido». Elizabeth ya no logra establecer formas adecuadas para la consecución de su meta de ser reconocida y valorada, siente que sus acciones no tienen el efecto deseado, o que el efecto es impredecible. La conexión entre sus sentimientos negativos y los eventos se vuelve confusa en términos de cómo responder a ellos para lograr su meta. La ruta hacia su meta de viabilidad se vuelve borrosa.
Por último, en el curso de discrepancia-amenaza-estrés, Elizabeth muestra un desplazamiento hacia la concreción en la aplicación de sus conceptos. Su atención se centra de manera inmediata y rumiante en la broma específica y la sensación de ser vista como «floja». La broma no es conceptualizada en un marco temporal más amplio —por ejemplo, como un evento puntual en una larga historia de eficiencia—, sino que se vive en el presente, con una intensidad que eclipsa el pasado de éxito y las posibilidades futuras. La cualidad emocional se manifiesta en cambios concretos y fisiológicos. Su taquicardia, el cambio en la ingesta de alimentos, y los problemas de sueño son ejemplos directos de cómo la experiencia se encarna en fenómenos concretos, perdiendo la capacidad de ser procesada a un nivel más abstracto y reflexivo. Los cambios de abstracción-concreción pueden expresarse además a través de un aumento de concreción, en el que le resulta difícil sostener conceptos incompatibles al mismo tiempo —por ejemplo, «soy eficiente» y «mi supervisora me bromeó sobre la pereza»— sin que uno invalide al otro. No logra sintetizar los aspectos contradictorios de su experiencia. Se queda “atrapada” en el evento concreto, sin poder verlo como parte de un patrón más grande o diferenciarlo de su identidad central.
Caracterización ontológica: emoción e integración narrativa
En el caso de Elizabeth no tenemos la información respecto a los contextos más generales, cómo la discrepancia que plantea adopta sentido en tanto alteridad significativa, otros roles en autoimagen y distintos elementos de cómo refiere su corporalidad y mundo. Podemos suponer que en la referencia de sus conceptos, antes de la discrepancia, su autoimagen sostiene conceptos en torno a ser eficiente y trabajadora, experimentándose como una persona valiosa y competente. Esta instancia, de autoimagen, no es estática, sino está en constante proceso de ser confirmada a través de sus acciones y de la retroalimentación que obtiene de las instancias de alteridad. La instancia de alteridad era una fuente de confirmación positiva, la supervisora era el “otro” que le reconocía y era fundamental para la construcción de su autoimagen profesional. Y la instancia de corporalidad/mundo se mostraba en sintonía con su autoimagen y alteridad, su cuerpo era un instrumento que le permitía ser eficiente, y el mundo laboral ese escenario en donde la eficiencia se manifestaba. Había una coherencia entre su ser-en-el-mundo y su ser-para-sí.
Luego de la discrepancia, la duda de ser percibida como «floja» se internaliza, generando una dificultad de integración. La coherencia de su «ser eficiente» se ve desafiada, y comienza a experimentarse a sí misma como «posiblemente floja» o «no lo suficientemente buena». Esta alteración en la autoimagen genera un profundo malestar. La alteridad se vuelve desconfirmante, el «otro» deja de ser un espejo que le devuelve una imagen positiva para convertirse en un ente que le proyecta una imagen conflictiva. Esto crea una distancia ontológica; el otro ya no es un aliado en la construcción de su identidad, sino un interrogador de la misma. La percepción de este «otro» se vuelve una amenaza directa a su autoimagen. Las reacciones fisiológicas —taquicardia, problemas de sueño, cambios en el apetito— son la manifestación más directa de que su ser-en-el-mundo se ha desajustado. Su cuerpo ya no es un medio neutro para la eficiencia, sino un portador de la ansiedad y el estrés. Siente su cuerpo como una carga o un síntoma de su malestar existencial. El mundo laboral se transforma de un espacio de validación a un terreno incierto y potencialmente amenazante. La oficina, antes un lugar familiar y seguro, se vuelve un escenario de posible juicio y desconfirmación. Su modo de habitar el mundo laboral cambia radicalmente, de un estar seguro a un estar alerta y vulnerable.
Esta caracterización es denominada ontológica debido a que atiende a los objetos que se construyen a través de la referencia de conceptos. Dado que en nuestro enfoque utilizamos tres instancias de referencia para este análisis, las instancias de alteridad, de corporalidad/mundo y de autoimagen, y que el objetivo del análisis es establecer cómo se integran estas tres instancias, es que denominamos a este estudio un análisis de integración narrativa. La palabra “narrativa” en esta denominación alude a que estas tres instancias son análogas a las que definen a la narrativa como género y actividad: se requiere un vehículo que transite por un mundo —en nuestros términos, corporalidad/mundo—, que represente el contenedor de un personaje y su historia —en nuestros términos, autoimagen—, que sólo es posible en tanto exista un otro tan similar y distinto como sea posible a quien presentar los hechos del personaje y su mundo —en nuestros términos, alteridad—.
Esta caracterización ontológica de la viñeta de Elizabeth, la caracterización de cómo los “objetos” construidos a través de la referencia de los conceptos son integrados, y cómo esa integración —o las dificultades de integración— dan cuenta del sufrimiento, es un segundo tipo de estudio en este enfoque conceptual integrativo. En nuestro enfoque la caracterización ontológica de la discrepancia y construcción de amenaza ubica a la experiencia emocional tanto como parte del sufrimiento, como del flujo de sentido, aquello que orienta a la persona identitariamente.
Las dificultades de integración narrativa consisten en que, por razones de falta de grupos conceptuales —problemas de consistencia— o por demasiada coherencia entre grupos de conceptos, es demasiado costoso para la persona realizar la integración en las tres instancias de referencia —alteridad, corporalidad/mundo y autoimagen—. La amenaza entonces, la forma en que una discrepancia es construida como interferente de una meta de viabilidad, es comprendida como una construcción, la mejor posible, dado los problemas de consistencia o coherencia en la integración narrativa.
Estas dificultades de integración son estudiadas en psicoterapia constructivista en conjunto con el paciente, utilizando los criterios de observación señalados anteriormente —cambios de demarcación, valoración, control y comprensión—. El terapeuta y el paciente pueden observar “detenciones”, faltas de movilidad o cambio en las referencias en algunas de las instancias. Además, es posible utilizar aspectos específicos de la relación terapéutica que permiten perfilar estas detenciones.
La emocionalidad disfórica del problema terapéutico cederá en la medida que la persona construya los conceptos necesarios, o reorganice los disponibles, de tal formas que la detención ya no ocurra, las metas de viabilidad no sean obstaculizadas por las dificultades constructivas.
Respecto al sentido que indica la emoción, la direccionalidad, es posible que puedan o no ser acordes con los sentidos identitarios más globales. Esto significa que la direccionalidad, el sentido de la emoción, puede conducir a que la psicoterapia oriente las mismas o distintas formas de concebir la realidad personal.
Probablemente, el atractor constante sea la consecución de metas de viabilidad. Una forma de concebirlo pueden ser los «temas narrativos nucleares», principalmente agencia y comunión, propuestos por Dan P. McAdams (1996, 2001; McAdams y McLean, 2013):
- La agencia guarda relación con la autoidentificación y afirmación: incluye los temas de fuerza, poder, dominio, autonomía, separación e independencia. Las historias de vida se organizan en torno a un núcleo central en donde se ve al protagonista de forma individual, gobernando su vida. La agencia interna incluye temáticas como el dominio propio, el «estado y la victoria» —el reconocimiento de una posición prestigiosa dentro de las relaciones interpersonales—, el «logro y la responsabilidad» —realización, logro de objetivos— y el «empoderamiento» —crecimiento y auto fortalecimiento—.
- Por otro lado, la comunión guarda relación con el compartir en el marco de las relaciones interpersonales. Incluye temas como la afiliación, unión e intimidad, amor / amistad, o amor erótico o amistad con otra persona; diálogo —comunicación mutua y no instrumental—; cuidado y ayuda —cuidado, asistencia, apoyo físico, material, social o emocional—; «unidad» —unión, armonía, intimidad, sincronía, lealtad, cercanía y solidaridad con un grupo de personas—
Estos temas son restricciones, pero también oportunidades, para el desarrollo de la trama narrativa, ya que guían la atribución de significado a la experiencia, dejando libertad creativa para elegir entre innumerables variaciones (Veglia, 1999, 2013). Como plantean Fabio Veglia y Giulia di Fini (2017), los temas de vida son atractores —organizadores— de narrativas presentes en todos los ámbitos en todas las culturas y resistentes a lo largo del tiempo. Estos autores plantean que los principales temas narrativos vitales son: el amor, el valor, la libertad, la verdad, la justicia y el poder —el tema de la muerte se considera transversal y se combina con otros temas en una especie de servomecanismo—.
En un nivel psicoterapéutico, los temas narrativos son oportunidades para co-construir nuevos significados y lecturas de experiencias pasadas (Veglia, 1999, 2013, 2017; Singer y cols, 2008; Goncalves y cols, 2000; Angus y McLeod, 2004). La experiencia de alta cualidad emocional es crucial como organizador narrativo, convirtiéndose básicamente en el principal foco terapéutico constructivista (Guidano y Liotti, 1983). El terapeuta, en este aspecto de la formulación de caso clínico, tiene como objetivo metodológico identificar patrones repetitivos en este tipo de experiencias, identificando las principales construcciones y dificultades de integración en la referencia a la alteridad significativa y al sentido de autoimagen (Veglia, 1999, 2013; Angus y cols, 2004; Singer y cols., 2008; Díaz, 2016, 2018).
Utilizando los criterios de análisis propuestos en este artículo, gnoseológicos como ontológicos, el terapeuta puede identificar las áreas más importantes de trabajo ancladas con las experiencias de alta cualidad emocional y la gran diversidad de significados asociados, y orientar el trabajo terapéutico junto al paciente en actividades coherentes con el sentido narrativo personal más general.
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